Batalla de la Higueruela, de la Galería de Batallas en el Palacio del Escorial |
Mientras en sus primeros siglos la empresa de la Reconquista
de la península Ibérica había sido acometida por los reinos cristianos del
norte con un cierto sentido de unidad –más allá de inevitables disensiones–
para el siglo XV el mosaico de reinos cristianos y musulmanes había adquirido
tal complejidad que no se producía ninguna modificación en un punto sin alguna
clase de ajuste en otro. El ideal de Cruzada había dado paso a una diplomacia
de alianzas precarias y suspicacias manifiestas, que iban más allá de la confesión
religiosa.
Aun así, casi a contrapelo de las preocupaciones más
inmediatas de los reyes hispanos, hubo avances en la Reconquista. En el siglo
XIII, Mohamed ibn Nasr había sometido su dominio de Granada al rey don Fernando
III el Santo de Castilla en calidad de vasallo y tributario; la dinastía que él
fundó –llamada de los nazaríes– habría de mantener el control del reino sureño
hasta la derrota final a manos de los Reyes Católicos, mientras que el Rey
Santo había ganado así un aliado importante en su guerra contra los demás
señores moriscos. Esta alianza, no obstante, fue puesta en entredicho por
disputas dinásticas tras la muerte del rey Yusuf III en 1424. Don Juan II,
entonces rey de Castilla, se había visto enfrascado en una disputa con sus
primos, los reyes e infantes de Aragón y Navarra, para cuya resolución había
hecho “grandes aprestos de gente, armas, artillería, ingenios, viandas y todo
género de pertrechos de guerra”, según narra don Modesto Lafuente. Negociada la
paz antes de llegarse al enfrentamiento, el castellano optó por destinar esas
fuerzas a la expulsión de su problemático vecino del sur, Mohamed IX, con miras
a establecer en el trono a un nuevo aliado de su confianza. Personalmente a la
cabeza de sus huestes, don Juan II llegó al sitio de la Sierra Elvira, también
llamado de la Higueruela, y entabló batalla contra las tropas granadinas el 1º
de julio de 1431, con pleno éxito. Excluyendo a los dos contendientes por
el trono, Mohamed VIII y Mohamed IX, el rey castellano optó por instalar a un primo
lejano de ambos con el nombre de Yusuf IV, quien le había jurado fidelidad y
había liderado ocho mil de sus propios hombres en apoyo del rey don Juan.
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