martes, 8 de julio de 2014

8 de julio

Retrato del rey José I, de José Flaugier
Al comenzar el siglo XIX, la dirección que llevaba España se encontraba decididamente enfrentada con las fuerzas históricas. El rey don Carlos IV había sido un hábil diplomático y administrador dentro del marco del Antiguo Régimen europeo, mas la Caja de Pandora abierta por la Revolución Francesa dio lugar a un escenario completamente distinto, que exigía una energía y una determinación de las cuales lamentablemente carecía el monarca. El gobierno quedó efectivamente en manos de su esposa, la reina doña María Luisa, y su ministro, don Manuel Godoy y Álvarez de Faria. El rápido ascenso de este último a las más altas posiciones de honor y su percibida falta de habilidades fue seguramente lo que motivó el difundido rumor de que era, en realidad, el amante de la reina. De hecho, sus políticas de conciliación con Francia preservaron a España de los peores efectos de las guerras que azotaron Europa Occidental durante más tiempo del habría podido desearse, pero también la enredaron en los tristes episodios de Trafalgar (1805) y la invasión de Portugal (1807). Peor aún: como consecuencia de esta última empresa, tropas francesas quedaron acantonadas en las principales ciudades españolas. Un levantamiento popular forzó la salida de Godoy y de don Carlos.

La evidencia de la crisis terminal del absolutismo en España, precipitada por las conocidas intrigas del príncipe heredero don Fernando y el descontento popular contra el ministro Godoy, despertó en el emperador francés, Napoleón I, el proyecto de colocar a un pariente suyo en el trono peninsular, como ya había hecho en Holanda y Nápoles. Incluso don Modesto Lafuente, confeso admirador del corso, reconoce que este siguió “una marcha tortuosa e hipócrita, indigna de su grandeza” para lograrlo: invitó a la familia real española a reunirse con él en Bayona, bajo pretexto de mediación, y obtuvo, tanto de don Carlos como de don Fernando, la renuncia de sus derechos al trono en favor de sí mismo. Así, pudo entregar la corona a su hermano mayor José y convocar –en la misma ciudad francesa– a una Asamblea de Notables de España con objeto de validar un texto constitucional preparado de antemano. Este documento, aparte de algunas concesiones al carácter de las Españas (por ejemplo, el reconocimiento de la religión católica como única aceptada), establecía la concepción revolucionaria de la sociedad en el centro de la institucionalidad política española; conocido posteriormente como el Estatuto de Bayona, fue promulgado el 8 de julio de 1808.


Pese a que el reinado de José I fue, por ponerlo suavemente, poco afortunado, la noción de una monarquía constitucional ya había quedado afianzada en el debate político español. Cuando en las Cortes de Cádiz, en 1812, se preparaba el orden del reino para después de la derrota –aún lejana– del usurpador, los constitucionalistas ya se habían arrogado el nombre de “liberales” para expresar su actitud frente a las instituciones anteriores, designando a los defensores de estas como “serviles”. Este quiebre se reflejó en un siglo de luchas intestinas, culminando en la Guerra Civil.

martes, 1 de julio de 2014

1º de julio

Batalla de la Higueruela, de la Galería de Batallas en el Palacio del Escorial

Mientras en sus primeros siglos la empresa de la Reconquista de la península Ibérica había sido acometida por los reinos cristianos del norte con un cierto sentido de unidad –más allá de inevitables disensiones– para el siglo XV el mosaico de reinos cristianos y musulmanes había adquirido tal complejidad que no se producía ninguna modificación en un punto sin alguna clase de ajuste en otro. El ideal de Cruzada había dado paso a una diplomacia de alianzas precarias y suspicacias manifiestas, que iban más allá de la confesión religiosa.

Aun así, casi a contrapelo de las preocupaciones más inmediatas de los reyes hispanos, hubo avances en la Reconquista. En el siglo XIII, Mohamed ibn Nasr había sometido su dominio de Granada al rey don Fernando III el Santo de Castilla en calidad de vasallo y tributario; la dinastía que él fundó –llamada de los nazaríes– habría de mantener el control del reino sureño hasta la derrota final a manos de los Reyes Católicos, mientras que el Rey Santo había ganado así un aliado importante en su guerra contra los demás señores moriscos. Esta alianza, no obstante, fue puesta en entredicho por disputas dinásticas tras la muerte del rey Yusuf III en 1424. Don Juan II, entonces rey de Castilla, se había visto enfrascado en una disputa con sus primos, los reyes e infantes de Aragón y Navarra, para cuya resolución había hecho “grandes aprestos de gente, armas, artillería, ingenios, viandas y todo género de pertrechos de guerra”, según narra don Modesto Lafuente. Negociada la paz antes de llegarse al enfrentamiento, el castellano optó por destinar esas fuerzas a la expulsión de su problemático vecino del sur, Mohamed IX, con miras a establecer en el trono a un nuevo aliado de su confianza. Personalmente a la cabeza de sus huestes, don Juan II llegó al sitio de la Sierra Elvira, también llamado de la Higueruela, y entabló batalla contra las tropas granadinas el 1º de julio de 1431, con pleno éxito. Excluyendo a los dos contendientes por el trono, Mohamed VIII y Mohamed IX, el rey castellano optó por instalar a un primo lejano de ambos con el nombre de Yusuf IV, quien le había jurado fidelidad y había liderado ocho mil de sus propios hombres en apoyo del rey don Juan.

Si bien la victoria castellana pudo haber dado pie a la completa incorporación del reino granadino debido a las disputas intestinas, las suspicacias y ambiciones que pululaban en la corte persuadieron a don Juan II de que más le valía afirmar su posición en casa antes de perseguir empresas fronterizas, e hizo a sus hombres dar media vuelta y regresar. La Batalla de la Higueruela, celebrada como una gesta equivalente a la de las Navas de Tolosa, tuvo más resonancia en el arte que en los hechos, pues Yusuf IV “a los seis meses, bajó del trono al sepulcro” y las luchas por el trono nazarí continuaron. Granada fue finalmente capturada por don Fernando y doña Isabel en 1492.